Afganistán

Tras la estrepitosa salida del ejército norteamericano asentado durante más de veinte años en Afganistán, el caos, el conflicto y la tiranía se han encaramado entre el pesar y la incertidumbre de su población civil. Fue el pasado mes de abril cuando el presidente estadounidense Joe Biden anunció la retirada de las tropas que quedaban en Afganistán eliminando cualquier resquicio del ejército en el país. Este fue el punto de inflexión que desembocó en un irrefrenable avance talibán a lo largo y ancho del territorio.

 

La estrategia de los insurgentes era clarividente, aun así, y a los hechos me remito, irreprimible: controlar los distritos rurales del país para, posteriormente, alzarse con las grandes ciudades como Kandahart o Herat y terminar coronando Kabul. Dicho y hecho. La ofensiva de los talibanes puso en jaque los esfuerzos del gobierno afgano ya sin el apoyo norteamericano ni, en consecuencia, el de la comunidad internacional.

Pánico en Kabul: los talibanes están ya a solo 11 kilómetros de la capital de Afganistán

 

Una ofensiva dividida en dos fases

Parte I

Una vez el repliegue estadounidense comenzó a materializarse, el ejército talibán, con presencia en diferentes zonas del país, especialmente en el sur, se concentró en avanzar hacia las áreas más rurales, donde la presencia del Gobierno afgano era más débil. El 3 de mayo, el Gobierno mantenía las capitales de las 34 provincias en las que está dividido Afganistán. Aunque esto, sin embargo, duraría poco tiempo.

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Los talibanes lanzaron una ofensiva con el firme propósito de controlar las vías de acceso a las fronteras y las que conectan Kabul con las ciudades del norte y del sur. De esta forma no solo cortarían las comunicaciones entre las bases gubernamentales, sino que acabaron logrando que muchos soldados del Gobierno de Ashraf Ghani depusieran las armas. Así, fue como obtuvieron lo que anhelaban, la expansión hasta las afueras de Kabul. Y lo que Occidente presagiaba y los afganos temían, terminó por suceder, mucho antes de lo que el presidente Biden quiso reconocer y afrontar.

Parte II

Hablando de presidentes, o más bien escribiendo, fue el 15 de agosto y a pesar del panorama que asolaba el país, cuando Ghani puso pies en polvorosa y dejó atrás Afganistán. Una salida que encarnaba la imagen de un Gobierno colapsado veinticuatro horas después de insistir en removilizar sus fuerzas para detener un avance talibán imparable. Así volvía Afganistán a quedar a merced de la milicia fundamentalista veinte años después de la caída de su régimen de terror.

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Todo ello ante los ojos impasibles de Occidente que, desde su sillón de poder, se compadecía de lo que estaba por venir con una nula capacidad autocrítica. Porque lo cierto es que, aunque todos los esfuerzos de la comunidad internacional se concentraron por evacuar del país a personal diplomático, extranjeros y colaboradores afganos, la solución que garantice una vida segura a la población del lugar, más allá del sello de su pasaporte, aún está en el tintero. ¿Queda todavía, entre las más altas esferas de poder, algún rayo de esperanza que ilumine la senda hacia la justicia social y la equidad en el mundo? Quizás, esto solo implique pecar de ingenuo.

Fotos: Afganistán ya está a merced de los talibanes | El Correo

 

¿Por qué ahora?

Se cuentan por miles las personas que se hacen esta pregunta. ¿Cuál ha sido el detonante? ¿Corresponde esto a una decisión premeditada o a un ansia desmedida por actuar sin medir el alcance? En febrero de 2020, el expresidente de Estados Unidos Donald Trump anunció que en un periodo de 14 meses los militares estadounidenses que quedaban en territorio afgano regresarían a ‘casa’. Una decisión fruto de las conversaciones de paz mantenidas entre la Casa Blanca y los talibanes en Qatar. Además, esta medida marcaba sorprendentemente una línea continuista con la estrategia exterior de Obama quien declaró su voluntad por erradicar los combates en la zona.

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Tras su elección como nuevo presidente de EEUU, Joe Biden confirmó en abril que su administración continuaría con la retirada de tropas norteamericanas de suelo afgano, marcando como ‘deadline’ el 11 de septiembre de 2021. Una retirada marcada por la incertidumbre, la opacidad y la crítica, especialmente tras el discurso pronunciado por Biden en la Casa Blanca sobre la situación en Afganistán. “Les dimos todas las oportunidades posibles para luchar por su futuro. Lo que no podíamos darles era la voluntad para luchar por ese futuro”. Unas palabras que, como no podía ser de otra manera, han levantado ampollas dejando entrever una clara falta de perspectiva, una cuestionable moral y una nula capacidad crítica, introspectiva y empática.

 

Nadie puede garantizar que Afganistán no vuelva a convertirse en lo que fue en su momento, sin embargo, de nosotros –Occidente- depende arrojar esperanza y ayuda en un nuevo porvenir.  Por el momento, la luz al final del túnel está lejos de cegar.

 

Irene Iglesias Álvarez

ASESMAP, marcando la estrategia política. 

Por Asesmap