Como todos los años desde hace más de un siglo, el 12 de octubre se celebra en España el día de la Hispanidad, una fiesta nacional que más allá de los desfiles, parafernalias y nostalgia, sirve para recordar probablemente una de las fechas que más ha marcado la historia de la humanidad junto con hechos tan remarcables como el nacimiento de Cristo, la llegada del hombre a la luna o la invención de la bomba atómica: el Descubrimiento de América. No es que fuese importante por que la descubriese la Corona de Castilla particularmente, sino porque significó el encuentro definitivo y sin retorno de millones de seres humanos separados por un océano durante miles de años. Si bien se trataba de la llegada a un nuevo continente, la incertidumbre y el profundo desconocimiento hicieron que se le bautizase con la expresión de “El Nuevo Mundo” (más tarde acabó refiriéndosele como América, en honor al explorador al servicio de Castilla Américo Vespucio). Con el tiempo, la constatación de las dimensiones y aspecto del continente americano por parte de los europeos conllevó un cambio drástico tanto de mentalidad como de desarrollo en aspectos tan fundamentales como el comercio, la alimentación, la cultura, la ciencia y que en definitiva significó una nueva concepción del mundo tanto en distancias como en posibilidades y oportunidades.

            Los españoles basándose en sus experiencias anteriores tanto romana, goda o islámica, fundaron una nueva sociedad usando la fe católica como elemento aglutinador y de cohesión social y en cuya esencia principal está la idea del mestizaje y el sincretismo tanto religioso como cultural. A esta nueva civilización se le denominó con el término de hispanoamericana, y es mucho más diversa de lo que se puede pensar, la fusión entre españoles y pueblos nativos diversos desde Oregón hasta Tierra de Fuego originó una serie de pueblos cada uno con sus particularidades y características dependiendo de la región, pero siempre sobre la base de una espina dorsal común de civilización romana y cristiana que proporcionó cierta unidad y cohesión a la vez que identidad compartida. De la misma manera que ocurrió en la Península ibérica entre los diferentes reinos cristianos, el castellano se impuso como lengua vehicular por cuestiones prácticas y útiles, lo cual, con el tiempo, daría lugar a una realidad incuestionable que solo la objetividad de las matemáticas puede proporcionar: 550 millones de hablantes. Esta es una realidad que conforma una comunidad compartida poco aprovechada con la que muy pocas naciones cuentan, tan solo los chinos y los británicos cuentan con números de este calibre y realmente solo en el caso de los ingleses se trata de un fenómeno global, y que en días como este conviene ser consciente de su importancia. Conociendo lo que fuimos podremos entender lo que somos y desde este punto y no desde ningún otro, podremos llevar a cabo reflexiones inteligentes y análisis críticos a la hora de aproximarnos, desde la perspectiva que se quiera a este hecho histórico.

            El descubrimiento y posterior conquista de América, sufre desde hace décadas una especial denostación que no es tal con hechos que igualmente se construyeron con dosis importantes de violencia y de envergadura y trascendencia histórica parecida como el Imperio Romano, la expansión musulmana del califato omeya u otros imperios generadores. La realidad es que de forma sesgada se tiende a caer en el equivocado ejercicio de valorar o juzgar circunstancias históricas del pasado, con ojos del presente, como si nuestros códigos conductuales, valores morales y mentalidad fueran extrapolables a la época en cuestión. Esto, unido a una falta de conocimiento general, allana el camino a la aparición de los sentimientos, estereotipos y prejuicios que son conclusiones fáciles que nutren tanto la leyenda negra como la leyenda rosa, ambas distorsiones inexactas, opuestas y enfrentadas que en sociedades como las hispanas, tienen tanto éxito.

Sería por tanto constructivo entender que, como cualquier circunstancia histórica, si se quiere comprender con un mínimo de rigor, se debe procurar analizar y estudiar desde la equidistancia, lo cual no impide en ningún caso realizar valoraciones críticas, pero siempre y cuando se tengan los recursos y sustento intelectuales necesarios y sin caer en utilizar parámetros actuales a la hora de realizar dicho análisis crítico.

            Todos los países de culturas muy diversas celebran días importantes que han simbolizado hitos de trascendencia tanto para su propia nación como para el mundo. Un país, sin el capital humano que lo compone y los movimientos internos que lo dibujaron no es más que un concepto vacío, y precisamente la comunión entre capital humano y dinámicas se traduce en hechos de los cuales todos nos aprovechamos. Acontecimientos como la Revolución francesa o la Revolución Soviética se celebran de forma anual a pesar de representar procesos igualmente sangrientos, y no se duda de que la perspectiva del tiempo hizo calibrar la importancia que esos procesos tuvieron en el mundo posterior.

Independientemente de que le guste a uno o no, el ser humano, como tendencia natural, se relaciona entre otras formas a base de violencia e imposición, y las civilizaciones más fuertes y tecnológicamente superiores tienden a sobrevivir y a exportar sus logros y avances, mientras que las débiles incapaces que competir, desaparecen. Y esto, llevaba ya ocurriendo en América mucho antes de que los españoles pusieran un pie en Bahamas. Por tanto, también se debería huir de cualquier celebración excesiva que trascienda la rememoración desde un punto de vista histórico: hubo violencia y conflicto, pero también hubo encuentro e integración, como en cualquier evento de cualquier época que queramos comparar.

El descubrimiento de América, sea cual sea la nomenclatura que se le quiera dar (lo cual en cierto modo es lo de menos), es un evento recordado y celebrado por la mayoría de los países hispanoamericanos, sin embargo ha surgido un movimiento en las últimas décadas de carácter reivindicativo (prueba inequívoca de la existencia de importantes vestigios culturales y étnicos) que promueve, unido a ciertas corrientes en busca de consistencia y peso, el reconocimiento de la identidad cultural y política indígena, así como el desprecio a los sucesos acaecidos a partir de 1492. Este movimiento se ha incorporado también a la escena política de la mano de líderes como López-Obrador o Evo Morales los cuales, obviando sus nombres y apellidos han abanderado este revisionismo interesado que muchas veces pone de relieve las propias carencias y problemas internos.

Como es evidente, el pasado es el pasado y por consiguiente, no es susceptible de cambio y sería inteligente pensar en construir quizá un enfoque diferente, más moderno que nos permita entender que a pesar de los errores y los aciertos, ahora mismo contamos con una realidad cultural y lingüística que convendría fortalecer para aprovechar el peso que como comunidad puede aportarnos al panorama internacional, así como el estrechamiento de vínculos de diverso tipo en el plano práctico cuyo último fin en términos de acercamiento comercial, académico, científico y social nos proporcionaría un más intenso desarrollo conjunto y prosperidad.

 

 

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Luis Antón-Pacheco y Fernández

Graduado en Relaciones Internacionales y Comunicación Global

 

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