El pasado 2 de octubre de 2022 se celebraron en Brasil elecciones generales para elegir al ejecutivo en primera vuelta y al Congreso Nacional. Como ya se vaticinaba, la pugna por el poder se iba a decidir entre el presidente electo Jair Bolsonaro y el que fuera presidente de Brasil por el periodo 2003-2010, por el histórico Partido de los Trabajadores, Luiz Inácio Lula da Silva, más conocido como Lula.

Los resultados de la primera vuelta revelaron una holgada concentración de votos en primer lugar para Lula da Silva con 57 millones de votos y alrededor del 48% y en segundo lugar para Jair Bolsonaro con 51 millones de votos y el 43%. Les siguen otros candidatos con resultados más modestos como Simone Tebet (Movimiento Democrático Brasileño) con casi 5 millones de votos y el 4% o Ciro Gimes (Partido Democrático Laborista) con 3,6 millones de votos y el 3%.

Brasil es un modelo de República Presidencialista con una sistema de elección en segunda vuelta que recuerda mucho al semipresidencialista francés, este hecho, como todo, tiene su parte positiva y negativa. Para el General de Gaulle en Francia, el sistema de doble vuelta aseguraba la enorme dificultad para un candidato radical o indeseable de llegar al poder, garantizando así la estabilidad institucional y la preservación del sistema. Sin embargo, en este caso se ha probado que “el papel no lo puede todo” con la clasificación de dos candidatos con tintes y planteamientos igual de fanáticos cuyas aplicaciones en sentidos opuestos no harán sino precisamente deteriorar el propio sistema tanto en términos sociales como propiamente institucionales además de polarizar ideológicamente a una sociedad ya achacada por la profunda desigualdad socioeconómica.

Sin duda los dos clasificados para la segunda vuelta de las elecciones presidenciales representan los extremos más opuestos de la sociedad brasileña: Jair Bolsonaro, antiguo militar y partidario de la dictadura de Humberto de Alencar, a partir de finales de los años 80 se inició en la vida política pasando por alrededor de una docena de partidos hasta las elecciones de 2018, a la cuales concurrió con el Partido Social Liberal. Sin embargo, para estas elecciones optó por el Partido Liberal, un partido netamente conservador, ahora muy marcado por el “Bolsonarismo” y el nacionalismo brasileño. Como ya se sabe, férreo defensor de las armas y de su tenencia, antiaborto, conservador, antieutanasia, famoso por sus duras declaraciones contra colectivos y opositores políticos, estas son algunas de los elementos que definen a Bolsonaro. Por otro lado, como se podía esperar, el miembro fundador y presidente honorario del Partido de los Trabajadores, procedía de una familia humilde, por lo que desde los catorce años estuvo trabajando en una fábrica de tornillos, eso le profirió un profundo sentimiento de clase, lo cual le llevaría a sensibilizarse con la clase obrera y agarrar (para no soltarlo por mucho tiempo) el sindicalismo, especialmente durante su etapa de oposición a la dictadura. Viviendo de la política desde hace treinta y cinco años, se presentó a las elecciones en 1989, en 1994 y 1998, siendo derrotado en las 3 ocasiones antes de ser elegido presidente en 2003. Personaje lleno de luces y sombras, durante sus años de presidencia emprendió reformas sociales importantes además de ser responsable del famoso “milagro económico de Brasil” que colocó a Brasil en el G20. En contraste con los millonarios casos de corrupción como el “Mensalão” (trama de desvío de fondos para comprar votos en el congreso) o sobornos de contratistas lo cual, tras años de investigación y litigios le valió la cárcel por corrupción pasiva de cuya pena cumplió 580 días.

Así pues, con este panorama tan pintoresco y con perfiles y pasados tan opuestos, con la “simpatía” perfectamente descriptible que se profesan, pero con la implacable decisión de gobernar la potencia económica más importante de la región, tras un debate muy bronco lleno de exabruptos, ambos se citaron en las urnas el 30 de octubre del mismo mes. El resultado en términos aritméticos no dista demasiado del mencionado en la primera vuelta ya que fue de alrededor de 60 millones de votos para Lula, conquistando así el 50,9% del electorado frente a los 58 millones de Bolsonaro los cuales representan el 49,1%. Pero sin duda lo más significativo es el resultado que revela en términos humanos: un empate técnico (tan solo una diferencia de 2 millones de votos en un país con potencial capacidad electoral de 150 millones) y un país profundamente dividido. Sin duda, Brasil tiene muchos retos por delante, deforestación del amazonas, pobreza, inseguridad, desigualdad, corrupción… pero ahora debe lidiar la polarización social provocada por hacer elegir al ciudadano brasileño entre “Guatemala” y “Guatepeor”, lo cual tiene sus riesgos en términos de convivencia democrática que van a suponer un desafío para la estabilidad y la cohesión social de Brasil.

 

 

ASESMAP Asociación Española de Marketing político y electoral.

Luis Antón-Pacheco y Fernández

Por Asesmap