Publicado en ABC
Las campañas no suelen mover mu- cho voto. Así lo han demostrado numerosos estudios sociológicos. Pero en esta ocasión han importado mucho. Esta campaña ha vuelto a ser el acto litúrgico por excelencia de la democracia, con su fuerte contenido simbólico y con sus conocidos rituales (debates, mítines, discursos, entrevistas, tertulias, «spots» electorales, etc.). Durante los últimos quince días hemos visto la pugna de cinco grandes relatos: cuatro pidiendo el cambio (PSOE, Podemos, Ciudadanos y Unidad Popular) y uno solicitando la continuidad (PP). De acuerdo con los resultados, casi dos de cada tres españoles votaron por las narrativas del cambio. Con un importante peso del voto que optó por la propuesta de la continuidad.Los equipos electorales de los cuatro partidos mayoritarios en España se han esmerado en cumplir con las tres funciones primordiales de cualquier campaña: proporcionar en un breve espacio de tiempo cuantiosa información política sobre el candidato, sobre su partido y sobre su proyecto; movilizar al electorado (estimulando su participación tanto en la precampaña como durante la campaña); y persuadir al ciudadano para que acuda a las urnas y vote por el candidato o por el partido que más le ha convencido.
Una vez más se ha demostrado que ninguna campaña hace magia ni milagros. La valoración que los ciudadanos hacen de lo que el Gobierno y la oposición hayan hecho durante los últimos cuatro años es lo que más pesa a la hora de depositar la papeleta. Y parece que esta premisa se ha vuelto a confirmar una vez más, dado el alto precio pagado por el Gobierno de Rajoy por sus numerosos y serios casos de corrupción y por los poco percibidos logros en materia de recuperación económica para las clases medias. Así, en cuatro años el PP pasa de una rotunda mayoría absoluta a contar con poco más de 120 diputados. La campaña electoral ha sido la gran (y la última) oportunidad que han tenido los partidos y sus líderes para hacer pedagogía, desplegar sus estrategias de comunicación, competir abiertamente, atraer hacia sí la atención de los votantes, fijar los asuntos que consideran más relevantes, emocionar, razonar, y, sobre todo, persuadir y convencer. Quisiera subrayar algo: los medios de comunicación han vuelto a demostrar que son actores centrales del juego democrático (no solo median entre el poder y los ciudadanos, sino que también lo mediatizan). Los medios han sido los grandes protagonistas de esta campaña electoral porque solo a través de ellos los candidatos han podido llegar a grandes capas del censo electoral. Solo a través de la prensa, de la radio, de la televisión y de internet han conseguido alcanzar el corazón y la cabeza de millones de personas al instante. Los periodistas lo saben. Y los equipos de campaña, también. En definitiva, los resultados que hoy conocemos no son ni más ni menos que el resultado de la combinación de la «campaña permanente» desplegada tanto por el Gobierno como por la oposición desde 2011 y la propia campaña electoral vivida durante las últimas dos semanas, que ha dado sentido, ha articulado y ha sintetizado ideológica y políticamente lo que hemos visto y percibido durante toda la legislatura. Continuidad (conservadores) o cambio (progresistas), en sus múltiples variantes.
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