Publicado por: Jesús Rodríguez

Fuente: EL PAÍS

“Todos en el Senado quieren una mochila como la de Iván Redondo. Es la atracción de la jornada. Llega con ella al hombro. Es negra, con muchas cremalleras, una bandera de España y el escudo nacional. La ha confeccionado el Departamento de Seguridad Nacional de La Moncloa, uno de los organismos que controla. Hoy, 25 de junio, es su primera aparición en más de 100 días, desde el 15 de marzo, cuando se le pudo ver en la rueda de prensa inaugural del comité de gestión del coronavirus en La Moncloa. Redondo comparece en un Senado fantasmal, vacío de periodistas y con apenas una veintena de parlamentarios, en su condición de secretario del Consejo de Seguridad Nacional. Puro trámite. A preguntas sobre la gestión del Gobierno durante la pandemia, contesta con cara y tono de encantador de serpientes: “Con la información disponible es difícil hacerlo mejor”.

El día 14 de marzo de 2020, tras decretarse el estado de alarma, el complejo de La Moncloa fue desalojado. Se habían detectado varios positivos entre sus trabajadores. Los funcionarios y las secretarias se marcharon a su casa. Y también un centenar de asesores y altos cargos. Todos han teletrabajado. Y algunos, según su estatus, han asistido a contadas reuniones presenciales. Solo se han mantenido junto a Pedro Sánchez cinco colaboradores imprescindibles para la gestión de la crisis: Iván Redondo (asesor en jefe), Francisco Salazar (en la cocina política), Félix Bolaños (al frente del aparato jurídico y logístico), Miguel Ángel Oliver (controlando la información) y el general Ballesteros (al mando del búnker y la red interministerial de comunicaciones, que conecta al presidente con 12 ministros, 6 salas de crisis y algunos presidentes autonómicos). “Ha sido un tiempo duro, trabajando de lunes a domingo hasta la noche”, explica uno de ellos. “Todos los días eran lunes en La Moncloa”.

En solo dos años y con menos de 40 años, Iván Redondo se ha convertido en uno de los hombres con más poder de este país. Controla la agenda y el asesoramiento al presidente. Es su estratega, coordina a los ministerios, es el eslabón con Podemos y tiene a su disposición un departamento de prospectiva, otro de cumplimiento del programa, otro más de economía y un último de seguridad. Y, sobre todo, maneja desde enero el aparato de comunicación del Gobierno. Durante la pandemia, Redondo ha diseñado una minuciosa Operación Balmis informativa que ha generado y suministrado a diario contenidos a todo el país: en tres meses (desde el 13 de marzo hasta el 16 de junio) se han sucedido 18 apariciones de Pedro Sánchez, 82 ruedas de prensa con Fernando Simón al frente y 45 comparecencias del ministro de Sanidad. Un despliegue inaudito. Todo en la cabeza de Iván Redondo, en campaña permanente.

Pero ¿cómo empezó todo?

La tarde del jueves 31 de mayo de 2018, mientras Mariano Rajoy apuraba los últimos tragos de whisky de su mandato sobre el mantel vainilla del restaurante ­Arahy, a un paso de la Puerta de Alcalá, su hombre de confianza y director de gabinete, José Luis Ayllón, empezó a meter en cajas sus enseres personales y a desalojar el edificio de Semillas, el cuartel general de los asesores presidenciales, en el corazón del complejo de La Moncloa. Había sido una orden directa del presidente. Era consciente de que tenía perdida la moción de censura planteada por Pedro Sánchez. Suponía su final político. Lo confesaría meses más tarde: “Sabía con toda certeza que aquel iba a ser mi último debate parlamentario. Intuía que la moción de censura iba a prosperar casi desde el mismo momento en que se presentó”. Aquella noche los Rajoy ya no durmieron en el palacio. Y Sánchez empezó a plantearse cómo decir a sus hijas que se mudaban.

“El traspaso de poderes al PSOE duró cinco minutos; no había nada que traspasar”, recuerda Ayllón, hoy alejado del PP y dedicado a la actividad privada como director de contexto político de la consultora LLYC (Llorente y Cuenca). “Los socialistas estaban muy despistados. No tenían ni idea de cómo funcionaba esto. Todo había ido demasiado rápido. Esa noche lo dejamos limpio y vacío y apagamos la luz”.

Sánchez se había convertido en horas en jefe del Ejecutivo. Como había vaticinado justo un año antes el joven consultor político Iván Redondo en su blog The War Room: “Si enfocamos bien el ajedrez político que se avecina, deben saber que hay altas probabilidades de que Sánchez pueda ser presidente. Bien a través de una moción de censura (si se suceden más escándalos en el seno del PP y se conforma esa mayoría alternativa) o tras el resultado de unas elecciones anticipadas”.

Acertó. Y llegado el momento, un año después, en mayo de 2018, pasó de la teoría a la práctica. “Iván tiene una gran capacidad de anticiparse, basándose en la experiencia, la historia y el análisis”, dice el diputado socialista y exfontanero monclovita Borja Cabezón. “Y a partir de ahí va uniendo puntos. Y sabía que en 1980 Felipe González no ganó la moción que planteó a Suárez, pero le puso en el escenario para ganar en 1982. Iván tenía claro que la moción a Rajoy iba a colocar a Sánchez en el centro de la actualidad. Eso es audacia. Así funciona Iván. Y Pedro Sánchez fue presidente”, concluye. Otro de los hombres de Sánchez en La Moncloa, el publicitario Manuel Cavanilles (autor del “sí es sí” y que ha realizado durante la pandemia todas las campañas de propaganda gubernamental), coincide con ese juicio: “Iván es listo, tiene ojo, ve los acontecimientos y siempre está en la siguiente jugada”.

El futuro político de Pedro Sánchez iba a estar en manos de un nuevo jefe de máquinas. Era Iván Redondo, un experto en comunicación política. Un hombre entre la publicidad y la propaganda. Que en cuestión de imagen sabe qué terreno pisa. Acostumbrado al impacto inmediato. Centrado en el clic y el algoritmo. Que lo mismo acuña un eslogan que interpreta encuestas, disecciona las redes, escoge un fotógrafo o elige una corbata (para Sánchez, estrechas y minimalistas). De esos a los que los partidos contratan para ganar elecciones. Y a los que no se exige una profesión de fe ideológica. En España no hay más de medio centenar. En los partidos siempre se barajan los mismos nombres. Que entre campaña y campaña se dedican a los public affairs, es decir, al lobby. Y en algunos casos de simbiosis con su candidato consiguen un despacho en el partido. El siguiente peldaño es ser coronado como gurú supremo del líder (algo así como el consultor Pedro Arriola con Rajoy). Y el último escalón, saltar al terreno de juego y gobernar el aparato presidencial. Ser un primer ministro en la sombra. Y eso en España solo lo ha logrado Iván Redondo. Aficionado a las metáforas deportivas, le gusta definirse como un centrocampista que hace pases al balón de oro o un mecánico de fórmula 1. “Soy un humilde asesor. No aspiro a tomar ninguna decisión, sino a hacer recomendaciones”.

Redondo, licenciado en Comunicación, donostiarra, nacido en 1981, euskaldún, adicto desde adolescente a la política de salón y al circo electoral estadounidense, hijo de una cocinera y un mecánico de barco, emprendedor desde los 18 años, acostumbrado desde los 25 a posicionar candidatos en el mercado como si fueran yogures y con una década de esforzados servicios remunerados al Partido Popular (desde Albiol hasta Basagoiti y desde Rajoy hasta Monago), se convertía en el primer superfontanero de un presidente del Gobierno de España que no militaba en su partido. Que decía carecer de ideología. Suponía la profesionalización de uno de los puestos más sensibles del Estado. Hoy se sigue definiendo como un “asesor; un simple asesor”. Afirma estar al lado de Sánchez por “amistad y compromiso personal, porque es un tipo magnífico, no por ambición”. Y dice aspirar a “la excelencia profesional y no a conseguir un ministerio”.

El modelo de asesoramiento de Redondo de adhesión absoluta al líder y no a su formación política (al estilo americano) reproduce al milímetro la filosofía de su andadura al lado de José Antonio Monago en Extremadura, teledirigiendo el Gobierno regional del PP entre 2012 y 2015 sin militar nunca en el PP. Fue su máster en gobernanza. Plagado de golpes de efecto. Algunas de esas ocurrencias las ha reproducido en La Moncloa, como mutar el día del Consejo de Ministros del viernes al martes para dominar la agenda informativa de la semana, crear una unidad de cumplimiento dedicada al seguimiento de la actividad gubernamental o promover una imagen del presidente como dinámico, deportista y amante de los animales. Y muy sensible.

Sin embargo, algo no funcionó bien en su estrategia extremeña. En 2015 Monago quedó descabalgado por las urnas. Ganó el PSOE. Y Redondo abandonó su adosado de Mérida y regresó a Madrid, a ganar dinero al frente de la firma de consultoría que había montado en 2009 junto a su pareja desde la facultad, la experta en comunicación estratégica Sandra Rudy.

No deja muy claro cómo se hicieron amigos Sánchez y él. Era abril de 2016. Tras su salida de Extremadura, se cogió dos años sabáticos en asesoramiento político para centrarse en el lobby y los medios de comunicación. Y hacer contactos. Uno de ellos fue Iglesias. Un político del que dice hoy en público: “Lo admiro y le considero un servidor”. Sánchez estaba en su peor momento. Congeniaron. Tenían un estilo similar de “medir, analizar y actuar”. Y una pasión absoluta por la política, aunque cada uno a un lado del escenario. Y Sánchez, con un talante más gélido. Se repartieron los papeles. A Sánchez le gustaba la osadía y la rapidez de Redondo, que contrastaba con su inseguridad. Y Redondo captaba en Sánchez todos los elementos de un gran producto. Era guapo, con una gran voz y tenía una enorme ambición. Y una suma de virtudes políticas que hacían de él un líder. Según describe un hombre de su entorno, “Sánchez es duro, exigente y ejecutivo. No es dicharachero, es hermético. No le gusta que le lleven la contraria. Unos dicen que es tímido, y otros, soberbio. Pero el caso es que cuando se levanta a las 6.30 para correr, Iván ya lleva una hora viendo y leyendo las noticias con su primer café. Y le llama. Y jamás transmite nervios”.

Desde su nombramiento como mano derecha de Sánchez y en menos de dos años —y especialmente desde enero, su segunda legislatura—, Redondo ha amasado más poder en ese micromundo de 20 hectáreas y 2.000 habitantes de La Moncloa del que nunca tuvo otro director de gabinete. “Hemos acabado con los contrapoderes y los compartimentos estancos”, afirma. Y con un equipo de asesoramiento con mayor músculo. Muy por encima del de cualquier ministerio. Según un alto cargo de la Administración proveniente de Podemos, “Iván tiene todo el poder porque tiene toda la información, toda la estructura y toda la gente necesaria. Iván marca el marco. Cada martes, mientras se desarrolla el Consejo de Ministros, él se reúne con los jefes de gabinete de los ministros y vicepresidentes, y ordena la agenda de cada uno de ellos: quién viaja adónde y quién dice qué”.

El continuo ajetreo intelectual del edificio de Semillas (que se ha desarrollado por videoconferencia y teletrabajo durante la crisis de la covid-19) tiene poco que ver con el de los ministerios otorgados desde enero a Podemos: escasos de recursos, expertos, juristas, altos funcionarios y gabineteros (en el departamento de Iglesias aún no se ha aprobado, por ejemplo, la Relación de Puestos de Trabajo), y cuyos despachos aparecen desiertos de informes propios, lo que les pone en manos de los chicos de Redondo, que producen 2.000 notas al año. En Podemos no olvidan algunas de las más irritantes ocurrencias de Iván Redondo proferidas por Sánchez, como esta de septiembre de 2019 (por televisión): “Si hubiera aceptado las exigencias de Pablo Iglesias, hoy sería presidente del Gobierno. Pero sería un presidente que no dormiría, como el 95% de los españoles”. Y no hubo Gobierno. Culpan al Rasputín Redondo. Sin embargo, dos meses más tarde Sánchez se abrazaba con el hoy vicepresidente Pablo Iglesias. En el equipo de Redondo afirman que fue su jefe el que acabó con el bloqueo “en minutos”, con una llamada personal a Iglesias.

La war room de los hombres del presidente se encuentra en la segunda planta de Semillas. Es la planta política. Aquí se toman las decisiones y se afinan las intervenciones y la agenda del presidente. Y se le protege: “De sus adversarios, del partido, del grupo parlamentario, de Podemos y hasta de los propios ministros”, según uno de sus integrantes. En un extremo de su ala este está el despacho del director adjunto, Paco Salazar, un bregado militante socialista andaluz que apoyó desde el primer momento a Sánchez frente a Susana Díaz y es responsable de la cocina de Semillas y el férreo control (junto a José Luis Ábalos) del PSOE. En el otro extremo de un pasillo brillante como una pista de hielo, detrás de unas puertas de madera oscura, está el territorio de Iván Redondo y su dispositivo de apoyo inmediato: escritores de discursos, especialistas en imagen y destripadores de algoritmos. Un equipo en campaña permanente. Para el que las legislaturas duran un año. Son en su mayoría los colaboradores que pastoreó hasta La Moncloa desde su empresa privada; entre ellos, Fran Gómez Loarte, que le acompañó en la “aventura extremeña” (como él la define); también están Carmen Galbete, especialista en eventos; Alfredo Franco, que interpreta los datos, y el publicitario Manu Cavanilles.

Iván Redondo es un tipo normal, agradable y poco dado a ceremonias. Aparenta más edad de sus 39 años y va vestido de gris, de ministro danés, atildado pero sin excesos. Es precavido, mide sus palabras y lanza con soltura pantallas de humo. En especial cuando analiza sus derrotas. En ningún caso se hace responsable de haber ido a segundas elecciones en noviembre de 2019. Se atribuye el pacto de Gobierno con Podemos, que compara con el Compromiso Histórico, el acuerdo entre los comunistas y la Democracia Cristiana en Italia en 1978. “Se aprende de las derrotas; así eres imbatible. Pero nosotros hemos ganado cinco elecciones consecutivas entre abril y noviembre de 2019 y estamos gobernando”, dice Redondo. Es el mantra que se repite en Semillas. Y que Rivera está fuera de circulación. Y todo se puede esperar de Ciudadanos. Es la “geometría absoluta”. Abrir un abanico de pactos más amplio que el de la investidura. Esa es la nueva normalidad. Su horizonte es aguantar toda la legislatura.

Redondo cuenta con un equipo de un centenar de asesores de todas las procedencias profesionales (“de todas las razas”, dice él); entre ellos, 22 con categoría de director general. Hay militantes sanchistas, asesores redondistas, técnicos sin adscripción y altos funcionarios. Lo que provoca una estructura frondosa hasta la impenetrabilidad formada por medio centenar de departamentos, oficinas, unidades y subcomités que se desglosan hasta el infinito. Por ejemplo, en Seguridad Nacional. Semillas es un gobierno paralelo con Redondo como virrey. Muy compacto. Con toda la información. Y sin zonas grises de poder.

Su enorme despacho, en el esquinazo del ala oeste de Semillas, fue en su día del vicepresidente Alfonso Guerra. El elegante escritorio, de madera y cuero del tamaño de un utilitario, es una reliquia del guerrismo. Ha colocado a su espalda un cuadro nocturno de la rampa de los relojes de La Concha, la playa donostiarra de su infancia. Y frente a él, tres televisores encendidos. En un extremo está la mesa donde se reúnen cada miércoles los 14 miembros del Comité de Dirección de la Presidencia del Gobierno bajo su control. No es la única a la que asiste. Los lunes, a las nueve de la mañana, en el contiguo edificio del Consejo, hace lo propio el Grupo de Estrategia, en el que se sientan por el PSOE el presidente, Redondo, Carmen Calvo, Ábalos, Adriana Lastra, Salvador Illa (hasta el 14 de marzo, por el dosier catalán) y Miguel Ángel Oliver, con Pablo Iglesias, Irene Montero, Pablo Echenique y Juanma del Olmo. Durante estos tres largos meses, muchas de estas reuniones han sido telemáticas. Y algunas presenciales. Redondo explica cómo durante los meses del estado de alarma se han celebrado 20 Consejos de Ministros por videoconferencia y 10 encuentros de la Comisión Delegada de Asuntos Económicos por la misma vía. Además de la totalidad de las reuniones de la Comisión General de Secretarios de Estado y Subsecretarios (de la que es vicepresidente), que ya contaba con una comisión virtual telemática. En esa situación no presencial continúa esa comisión que prepara los Consejos de Ministros: “Como tiene tantos miembros, no hay ningún sitio tan grande en toda la Administración para que mantengan la distancia de seguridad”, bromea uno de sus miembros.

Algunos caricaturizan a Redondo como el quinto vicepresidente del Gobierno de coalición de Sánchez. Incluso le sitúan por delante de Carmen Calvo. Un miembro del PSOE de su equipo directo lo ve de esta manera: “Es más. Hay 22 ministerios, 4 vicepresidentes y solo un director de gabinete. Y está a 50 metros de Pedro Sánchez. Y eso es clave en La Moncloa, donde la influencia se mide en función del tamaño y orientación de tu despacho y lo cerca que estés del presidente”.

En esa competición, Redondo tarda un minuto en estar a su lado. Y la vicepresidenta, Carmen Calvo, alguno más. Con el resto de vicepresidentes (excepto con Pablo Iglesias, al que ve habitualmente y con el que ha hablado casi a diario en privado por videoconferencia estos meses de crisis sanitaria) se reúne de vez en cuando. Y los ministros (sobre todo los que no son de Estado) hacen cola. De ese acceso inmediato, de esa influencia ante Pedro Sánchez, ha brotado la enemistad (¿celos?) entre Redondo y la vicepresidenta primera de la que se murmura por las esquinas de La Moncloa. En Podemos afirman que Pablo Iglesias iba a ser el vicepresidente primero (como quería Redondo), pero Calvo no cedió.

El choque de trenes entre el director del gabinete y el titular o la titular de la vicepresidencia primera es inevitable. Le pasó al vicepresidente Álvarez Cascos con Carlos Aragonés, director de gabinete con Aznar; o a la vicepresidenta Teresa Fernández de la Vega con José Enrique Serrano, director de gabinete con Zapatero. En la Administración de Rajoy, Jorge Moragas y la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría se repartieron la tarta: lo exterior y la seguridad nacional, para el jefe de gabinete; la política y los asuntos de inteligencia, para ella. Carlos Aragonés, director de gabinete de Aznar entre 1996 y 2004 y hoy veterano diputado del PP, analiza: “Hay dos formas de desempeñar este trabajo: puedes ser un superconsejero o un cancerbero. Redondo ha elegido la segunda opción. En La Moncloa siempre hubo un juego de contrapesos; el presidente Aznar tenía varios interlocutores. Llegó a tener en La Moncloa a cuatro secretarios de Estado. Y Zapatero, a tres. Había espacio para el disenso. Y eso lo ha eliminado Redondo. Ahora hay un solo interlocutor del presidente. Y por decreto”.

Las administraciones vienen y van, pero nada cambia en apariencia en el edificio de Semillas. La primera impresión es que los asesores del PSOE son menos ceremoniosos que los del PP. Abundan en la cocina los militantes y hay menos altos funcionarios. Iván Redondo dice que es el gabinete “más político de la historia; la evolución generacional del asesoramiento presidencial”.

Es, en cualquier caso, el gabinete donde su director cuenta con menos rivales una vez dinamitada en enero la Oficina Económica, engullida la secretaria de Estado de Comunicación; troceada la Secretaría General de Asuntos Internacionales, UE y G20; tomado el control del Departamento de Seguridad Nacional y asumida la dirección del mensaje y la propaganda. Cuentan sus colaboradores que Redondo es un jefe comprensivo, que no levanta la voz ni se pone nervioso. Y que en estos tres meses ha estado políticamente tenso (“sobre todo por la postura intransigente del PP y también por las denuncias y querellas contra el Gobierno por la gestión de la crisis”, dice un asesor de Semillas), pero que nunca ha perdido los papeles. Es, en cualquier caso, el que manda. “Nosotros seguimos la visión estratégica del presidente; sugerimos y elaboramos su posición. Y él decide”, aclara Redondo rápidamente.

A la única persona en La Moncloa a la que Redondo considera un igual (porque el presidente ha decidido que sea así) es Félix Bolaños, de 45 años, incondicional de Sánchez desde los días aciagos y la mente jurídica de un equipo donde no sobran los expertos en leyes. De hecho, fue el que puso en marcha la maquinaria de La Moncloa de Sánchez en junio de 2018 (aunque gracias a la asistencia de José Enrique Serrano, el brillante exjefe de gabinete de Felipe González y Zapatero). Y el hombre de Sánchez que planeó y ejecutó la exhumación de los restos de Franco retransmitida en directo por Redondo. Bolaños es el secretario general de la Presidencia y domina su hardware (la estructura) tanto como Redondo el software (el mensaje). Les llaman en Semillas “Oliver y Benji”, como los futbolistas de una vieja serie de manga japonesa. Es además el responsable del departamento de planificación y seguimiento de la actividad del Ejecutivo, que cada 100 días tendrá que dar cuenta de los cumplimientos del programa del Gobierno de coalición, bajo la dirección de su hombre de confianza, Fran Martín, cuyos hombres de negro ya visitan todos los ministerios cargados de toneladas de Excel para comprobar el cumplimiento de cada departamento. Ellos ya están en campaña.

Para otro miembro del equipo de Redondo, “tras el acuerdo de gobierno con Podemos, y más durante la pandemia, todas las comunicaciones están centralizadas y pasan por Iván. Se trata de fortalecer al presidente. Hay un solo mensaje. No puede haber dos voces ni dos agendas”.

En ese sentido, en tiempos de crisis sanitaria y económica, Unidas Podemos ha enterrado el hacha de guerra de sus reivindicaciones legislativas. “Tras la pandemia, tenemos claro que no se pueden ganar todas las batallas”, explica una fuente cercana a Pablo Iglesias. “No podemos perder fuelle ni desgastarnos. Hemos perdido la batalla del impuesto sobre las grandes fortunas, pero hemos ganado la del ingreso mínimo vital, que era una idea y una iniciativa nuestra. Tenemos claro que el impuesto a los ricos terminará saliendo. Es el momento de lo público. Nuestro momento. Y no podemos desgastarnos; tenemos que defender y diferenciar nuestras ideas. En el Gobierno hay, por ejemplo, dos concepciones de la economía: la nuestra y la de Nadia Calviño. Y ahí está el papel mediador de Iván”.

Redondo escruta los ojos de su interlocutor: es un ávido observador de los comportamientos ajenos; espolvorea su conversación con lecturas cultas, Joyce, Pessoa, Frost; es difícil pararle. Define la política como “el arte de lo invisible”. Solo se altera cuando se le acusa de ser un táctico y no un estratega; alguien más centrado en el mensaje urgente y las soluciones directas, rápidas y emocionales, destinadas a un electorado pixelado, que en saber exactamente adónde se va y cuál pueden ser las consecuencias de cada decisión. Un fontanero de la era de Rajoy incide en ese paradigma: “Iván sabe jugar con las circunstancias inmediatas, pero no analiza a largo plazo. Puede decir una cosa (bueno, la dice el presidente) y al día siguiente la contraria. Un auténtico spin doctor es más de análisis político profundo. Él no lo es. Cuando estás en el Gobierno no se trata solo de vender, sino de defender tus posiciones. Pero él se sigue moviendo en la batalla a corto. Es donde está cómodo. Es un puro tacticista”.

Él odia esa etiqueta. “Sirvo para más cosas que las noches electorales”, rebate incómodo. “Claro que tengo estrategia. De hecho, creo más en las ideas que en la ideología y más en las personas que en los partidos. Para mí la política está por encima de la comunicación y el mensaje por encima de la imagen. Y estamos previendo cómo será el mundo en 2050 con nuestra Oficina de Prospectiva”. Un miembro de su equipo recalca que el gabinete cuenta con un calendario preciso de iniciativas para esta legislatura, “con asuntos como la guerra cultural y la reforma de la Constitución. Cada propuesta legislativa está contemplada en su momento”. Ahora la urgencia es la reconstrucción. Luego llegará el resto.

Iván Redondo es más que un asesor. Es el hombre del presidente. Su cabeza, boca y oídos. Julio Feo, el hombre de confianza de Felipe González que diseñó la moderna estructura de La Moncloa, cuando fue fichado en 1982 le preguntó al presidente cuál iba a ser su cometido. “Hacerme la vida fácil”, sentenció González. Esa es la misión de Redondo. Buceando incluso en los sentimientos de su patrón y tomando el control de sus emociones. “Un presidente vive en una cápsula. Hay que dosificar el flujo de información que recibe y de malas noticias que le suministras. Hay que saber cuándo darle un mal dato. Y cuándo dejarle tranquilo. Y en eso Iván Redondo es un brujo”, explica un fontanero de La Moncloa.

Y, sobre todo, tiene que conseguir que vuelva a ganar. Estar preparado. Dure lo que dure el Gobierno más débil de la democracia. Jugando a la “geometría absoluta”, al “escudo social” y “no dejando a nadie atrás”. Para eso le contrató Pedro Sánchez y le ha dado el control de la Presidencia. El modelo es el new deal (el pacto por la reconstrucción de Estados Unidos tras la crisis de 1929), con más socialdemocracia. Los nuevos mantras, “la transformación de la economía española” y el “crecimiento robusto” con la sostenibilidad, lo verde y lo digital como ejes. Las nuevas consignas, “salimos más fuertes”, “unidad y lealtad”. Iván Redondo ya está en la siguiente pantalla. Siempre se anticipa. Quizá por eso lleve el reloj adelantado un cuarto de hora. Aunque a veces le traicionen las prisas.”

Por Asesmap