Publicado en El País. Por Joaquín Prieto
No estamos acostumbrados a lanzamientos de campañas tan a la americana, con esposa incluida que saluda desde el escenario junto al marido-candidato y los dirigentes del partido en segundo plano. Pero el objetivo evidente era neutralizar las acusaciones de radicalismo, y en lo que se refiere a las formas, Pedro Sánchez y sus asesores comunicaron bien lo que deseaban. No es posible reconocer en este dirigente, sobriamente trajeado y de tono moderado, al peligrosísimo izquierdista denunciado por Mariano Rajoy y sus correligionarios; y que además lanza la campaña enmarcado en una gran bandera constitucional. Su interpretación de España difiere de la sostenida por Rajoy, puesto que Sánchez apuesta al federalismo, pero el socialista pretende salir al paso de un PP tentado de monopolizar la defensa de España.
Más incierto es el fondo del discurso de Sánchez. Comprometerse a “erradicar el paro y la corrupción” son dos promesas tan cargadas de buena intención como de probable incumplimiento. Lograr una fiscalidad justa, liderar una España laica (“laica, sí”, insistió, sabedor del escepticismo que esa evocación despierta entre los que escucharon cosas parecidas a sus predecesores); señalar a las élites que “medran con el conflicto” de Cataluña contra España, valorar la cultura del respeto… En el discurso de Sánchez sobraron generalizaciones y los meses que restan hasta las elecciones generales son demasiado pocos.
Aunque España es una democracia parlamentaria y no presidencial, los jefes del Gobierno estatal siempre han tenido mucho peso desde la Transición. A ello han contribuido no solo los poderes que les atribuye la Constitución, sino las fuertes mayorías de las que han dispuesto en una competencia electoral esencialmente bipartidista. Pero ese escenario se ha cuarteado. Logrado un cierto poder institucional, el Partido Socialista se presenta hoy unido y Susana Díaz, la presunta rival interna de Sánchez, le acepta expresamente como candidato, si bien le marca una línea roja: el PSOE no puede salir “a pactar”, sino “a ganar”. El escenario es endiablado: comprometerse mucho en una línea política puede dificultar alianzas futuras; y sin estas, es muy posible que nadie logre aunar las mayorías suficientes para gobernar.
En todo caso, la comunicación política a través de novedosas escenografías será insuficiente si no va acompañada de una clarificación mayor del proyecto. No se trata solo de dirimir la batalla Partido Popular-Partidos Socialista, sino de decidir entre los actores políticos que se disputan el protagonismo del cambio: Pedro Sánchez, Albert Rivera y Pablo Iglesias. El socialista necesita mojarse bastante más para que resulte creíble la opción de “cambio seguro” que predica.
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