Foto: AFP. Publicado por David Hernández Martínez @david_hm91
Es evidente que la Unión Europea, como organización supranacional, no está pasando por sus mejores momentos. De hecho, el proyecto comunitario vive una de las situaciones más delicadas de su historia, acosado por varios frentes internos y externos que debilitan enormemente su posición para el futuro. En este sentido, la apreciación ciudadana sobre la Unión Europea y el sueño europeísta, ha ido disminuyendo en la mayor parte de los estados miembros. Estas negativas circunstancias, han ido acompañado inevitablemente de un resurgimientos de movimientos críticos, soberanistas y nacionales, que en muchos casos habían estado latentes durante décadas. La crisis de la Unión Europea no es sólo económica, sino también política e identitaria. La construcción de una ciudadanía europea bajo el paraguas de múltiples y diversos pueblos europeos, no ha contado con el suficiente apoyo político y social, ni mucho menos lo va a contar ahora. Al final, muchas de las responsabilidades, con razón o sin razón, de gran parte de los males que golpean a los estados, son acachados a las autoridades de la Unión Europea. En este sentido, la proyección futra de la organización supranacional se plantea en los últimos tiempos entre dos posturas nada convergentes. Por un lado, están los aferrados en continuar con la construcción del proyecto europeo, lo que significa seguir pasos de cesión de soberanía. Por otro lado, llegados desde distintas posiciones, se encuentran las voces que reclaman un retroceso de las facultades de las instituciones comunitarias, dentro de los cuales se derivan dos alternativas principales. Primero, los que apuestan directamente por la desaparición de la organización, volviendo a un tándem entre estados y no organismos multilaterales. Segundo, los que plantean una Europea de distintas velocidades, donde cada Estado vaya cediendo en ámbitos según le convenga. A este panorama se ha llegado por multitud de factores, pero se pueden señalar algunos claramente definidos. Primeramente, el fenómeno de la globalización descontrolado, ha generado tanto en Europa como en otras partes del mundo, que los individuos se sientan indefenso y temerosos ante una sociedad mundial, buscando el resguardo de la seguridad y lo conocido en comunidades y naciones cercanas. Segundo, la crisis económica, junto a un tinte claramente economicista de la Unión Europea, ha hecho que muchos estamentos sociales vean con desafecto las políticas llegadas desde Bruselas, entendiendo que un proyecto de esta envergadura requiere de una naturaleza más social y política. Tercero, los países del este entienden que son varias las amenazas que acechan sus fronteras y la Unión Europea no es el instrumento más eficaz para hacerlas frente. En este sentido, algunos históricos estados miembros, con problemas permanentes de nacionalismos en sus territorios, han visto cómo sus vicisitudes internas adquirían una transcendencia continental. En definitiva, el contexto institucional de la Unión Europea sólo ha servido en estos últimos años, como foro de discusión y discrepancias. Bruselas o Estrasburgo ya no son sinónimos de encuentro e ilusión, sino de desapego y recelo. El proyecto comunitario no sólo se encuentra en crisis, sino totalmente estancando, con signos que amenazan iniciar un camino hacia atrás. En este sentido, la Unión Europea de las próximas décadas se está escribiendo ahora mismo, y en los cuadernos de los principales líderes europeos, no existe ninguna propuesta que mire al futuro con convicción y altura de miras.
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