Por: Andreína Hernández
El Reino Unido y la Unión Europea acuerdan extender las conversaciones, pero la probabilidad de un brexit sin acuerdo se fortalece.
El Reino Unido abandonó oficialmente la Unión Europea (UE) el 31 de enero de 2020. Hasta el final del año, ambas partes tienen la oportunidad de trazar cómo será su futura relación en lo que se conoce como el período de transición. Sin embargo, estamos a semanas de que esta fase de 11 meses concluya y aún no se ha alcanzado ningún acuerdo. Lo que es peor: todo apunta a que el Reino Unido despedirá el tumultuoso 2020 sin un tratado comercial con Europa, su principal socio mercantil.
Tras casi 50 años de pertenencia en la UE, el Reino Unido adoptó e hizo suyas la idea y los procedimientos europeos. La ley de la UE —la columna vertebral de todo el proyecto— se ha trenzado estrechamente con la legislación del Reino Unido. Se ha extendido más allá de concordes regulaciones internacionales: la presencia europea se dilata hasta asuntos de salud pública, agricultura, medio ambiente, empleo, transporte, justicia… y la lista continúa. Por no nombrar, además, los reglamentos no legislativos de la UE, que se refieren a asuntos administrativos o técnicos tan pequeños o rutinarios que no suelen considerarse leyes, pero que al fin y al cabo son prácticas europeas de las que el Reino Unido ha escogido desligarse.
Brexit: Cronología de una ruptura
Naturalmente, los ingleses necesitan tiempo para desentenderse del embrollo europeo del que han sido parte desde 1973, así como para conseguir la premisa fundamental que impulsó el brexit en primer lugar: que “el Reino Unido vuelva a ser una nación soberana”, en palabras del primer ministro británico, Boris Johnson.
La transición
La prioridad era que durante este tiempo el Reino Unido y la Unión Europea acordaran un tratado de libre comercio para conservar los privilegios actuales que concede el mercado único europeo: desaparición de aranceles y demás barreras.
Asimismo, ambos debían decidir cuánta de esta reencontrada soberanía británica sería admisible en los futuros intercambios entre los dos. En otras palabras, las partes debían pactar las posteriores reglas de juego, que deben asegurar una competencia justa y el respeto a las condiciones europeas — requisitos que superan generosamente las exigencias para comercializar de los demás países.
“Si se cierra el mercado británico, aumentará la competencia entre los productores nacionales de la UE”
Durante estos meses el progreso no ha sido muy bueno (lo que, por cierto, no tiene mucho que ver con la irrupción de la pandemia del COVID-19). Los puntos conflictivos han permanecido inamovibles, obstinadamente, desde verano.
¿Qué es lo que ha impedido que las conversaciones avancen?
La pesca. Se trata de una industria cuya importancia es más que todo simbólica, ya que conecta directamente con el ideal soberano que instigó el brexit. De hecho, la pesca representa menos del 1% del Producto Interno Bruto (PIB) de ambos y, aún así, se ha convertido en el principal obstáculo de las negociaciones.
Imagen de Glyn Kirk, Agence France Presse
El Reino Unido y la UE no consiguen acordar cuánto acceso podrán tener los barcos europeos a las aguas inglesas. Bruselas, entonces, ha advertido que sin esta posibilidad los pescadores británicos dejarán de tener acceso especial a los consumidores de la UE. Esta realidad preocupa a los pescadores españoles. Según la ministra de Asuntos Exteriores, Unión Europea y Cooperación, Arancha González Laya, “si se cierra el mercado británico, aumentará la competencia entre los productores nacionales de la UE”.
La igualdad de condiciones. Son las claves de los acuerdos comerciales. El punto es evitar que una parte tenga ventajas injustas sobre la otra. En este caso, la UE quiere evitar que el Reino Unido establezca sus propias normas sobre productos, subsidios y demás; a la vez que tenga un acceso libre de barreras a los mercados europeos.
Los tratados de libre comercio no tienen como objetivo “reforzar la soberanía”, sino “gestionar la interdependencia”
Liberarse de la normativa europea es una de las razones por las que el Reino Unido rompió con la UE. Ésta, por consiguiente, está preocupada por la naturaleza de la futura competencia. La UE quiere evitar que el Reino Unido desobedezca las normas ambientales o las protecciones laborales.
Precisamente por esto Bruselas quiere establecer un mecanismo de sanciones en caso de que el Reino Unido socave las normas europeas; algo que el primer ministro británico está negado a aceptar. A raíz de esto, la ministra González Laya ha replicado que los tratados de libre comercio no tienen como objetivo “reforzar la soberanía”, sino “gestionar la interdependencia”; por lo que necesariamente deben partir desde una pretensión de compromiso.
El papel del Tribunal de Justicia de Europeo (TJE). En relación con lo anterior, parte del estancamiento se basa en el debate sobre cómo se aplicarán las reglas del trato en el futuro y qué pasa si una de las partes las rompe.
Un escenario ideal, pero improbable
¿“Hard Brexit”?
Con o sin acuerdo, las relaciones ya están cambiando. Pero es cierto que si no se consigue un marco legal al final de este mes, se aplicarán aranceles y controles fronterizos a los bienes y servicios británicos, lo que podría aumentar los costes para los ingleses. Además, pone en riesgo la unidad de la nación británica.
Es cierto que, algunos analistas, entre ellos la periodista anglosajona Zanny Minton Beddoes, razonan que al Partido Conservador le interesa salir de la UE sin acuerdo ya que, incluso si se evita un brexit duro, habría muchas alteraciones. “Quizás no sea tan malo salir sin un acuerdo porque Westminster podrá culpar a los europeos de las consecuentes disrupciones”, ha comentado Minton Beddoes en una tertulia radiofónica.
Sin un acuerdo el Reino Unido tendrá la libertad de establecer sus condiciones comerciales sin considerar a Europa
Las consecuencias para los ingleses están claras. Pero, ¿por qué deberían los europeos preocuparse? La UE podría enfrentar grandes alteraciones, desde el comercio hasta el transporte. La falta de un acuerdo generaría una frontera aduanera y comercial entre Irlanda del Norte, parte del Reino Unido, y la República de Irlanda; lo que resultaría en un gran coste, económico y social, para los europeos. Los controles crearían un bloqueo en los puertos de entrada, lo que podría traer consigo escasez de alimentos y medicinas. Similar a lo que a veces tiene lugar en la frontera con Gibraltar, aquellos nacionales de la UE que vivan o trabajen al otro lado de la frontera tendrán más dificultades para llegar a su destino: más colas, más horas, más desorganización.
Los aviones y los trenes podrían no transitar con naturalidad. Por lo que los europeos que viven en Reino Unido, los que quieran ir a estudiar, trabajar o hacer turismo en la isla, lo tendrán cada vez más complicado.
Sobre todo, terminar el año sin acuerdo significa que el Reino Unido tendrá la libertad de establecer sus condiciones comerciales sin la obligación de considerar a Europa. Esto podría desembocar en una competencia desleal en el intercambio de bienes y servicios entre las partes; no sólo con impuestos y tasas más bajas, sino también con estándares más bajos, lo que innegablemente afecta a todos los ciudadanos de la Unión.
Foto de Aaron Chown, WPA Pool/Getty Images
Un brexit sin acuerdo implica un Occidente dividido. Un problema que, considerando la reciente presunción de continuar las conversaciones, ambas partes están tratando de remediar. En palabras de la presidenta de la Comisión Europea, Ursula Von der Leyen, es necesario hacer un extra esfuerzo y “go the extra mile”.
Aunque Bruselas es experta en negociaciones de último minuto, cualquier acuerdo primero debe convertirse en un texto legal, traducirse y luego ser ratificado por los parlamentos de ambas partes. El final del año se presenta entonces como una inminente marca en el calendario. Faltan dos semanas. Si el Big Ben no estuviera en obras, le estaría recordando a los ingleses la fecha límite que se avecina, con el ruidoso pulso de las agujas del reloj.