Por: Alana Moceri.
Quizás ahora mismo sea el peor momento de escribir sobre el lado humano de la política o quizás sea el mejor. Pero lo voy a hacer porque tuve la oportunidad, la semana pasada, de pasar unas horas con el expresidente José Luis Rodriguez Zapatero mientras hacía una entrevista con mis alumnos de la Universidad Europea de Madrid, y su humanidad me inpresionó.
Entiendo que no todo el mundo es fan de sus políticas y, como todos, tengo mis críticas. Igualmente, reconozco que siempre me cae muy bien cualquiera que sea majo con mis alumnos, pero el expresidente fue más que majo con ellos. Además de ser generoso con su tiempo, se notaba que él disfrutaba con la conversación con mis alumnos, fue filosófico, dio consejos y se rió con ellos.
Sin duda, para mis alumnos fue una oportunidad espectacular de poder preguntar un expresidente sobre cuestiones de la comunicación política y asuntos internos e internacionales. No nos dejó con ningún titular especialmente emocionante durante la entrevista de 50 minutos, pero hizo algo mucho más importante: nos dio la oportunidad de verle como una persona, en vez de solamente como a un político. En mi papel como profesora, es una oportunidad que me gustaría poder ofrecer a todos mis alumnos y, de hecho, muchas veces he deseado que más ciudadanos puedan tener la experiencia de conversar con uno o algunos políticos, como tengo yo de vez en cuando.
Tanto los ciudadanos como los políticos se beneficiarían de más acercamiento. Los ciudadanos deben recordar de vez en cuando que los políticos son seres humanos con los defectos e imperfecciones que marca la condición humana. Eso no significa que debamos perdonar la corrupción. Pero en lo que nos debemos centrar es, sobre todo, en escudriñar los sistemas que son vulnerables o facilitan la corrupción.
Por otro lado, los políticos deben pasar más tiempo escuchando y conversando con la gente para tenerles más presentes en su trabajo, y recordar mejor a quién están representando. Me temo que eso es una costumbre que falta en la política española, en la que reina la formalidad y la distancia. Parece que es una cuestión de cultura: el cuestionario de The Hofstede Center confirma que España tiene un índice alto de “distancia de poder”, lo cual indica que es una cultura jerárquica. Por el contrario, Estados Unidos no es especialmente jerárquico, y creo que esto explica algunas diferencias en la comunicación política de los dos países.
Se nota mucho este distanciamiento en la política española: las campañas políticas españolas favorecen debates estériles que parecen más un examen académico que una celebración de la democracia. A los mítines sólo asisten los militantes y los discursos se dirigen a convencer a los ya convencidos. Lo que han aprendido los políticos y asesores de los dos campañas magníficas de Obama es el uso de los redes sociales, pero en vez de usarlos para acercar a los ciudadanos a la política, se usan en general para comunicación unidireccional. Y parece que Podemos es el único partido que ha hecho caso a todo lo que he escrito sobre la movilización de activistas para campañas electorales.
El reto de todas esas herramientas de campaña debe ser acercar a los votantes al proceso político y a los candidatos. Y perdonen si suena trillado, pero es la esencia de la democracia. La política estadounidense tiene sus fallos, sobre todo la gran cantidad de dinero privado en campañas interminables, pero hay cosas que se hacen bien. Los españoles se ríen con los ejemplos de lo que llamamos retail politics en EEUU: cuando los políticos pasan por un restaurante o bar e interactúan con la gente. Pero lo que se hace con este tipo de política es ofrecer los ciudadanos una oportunidad de conocer al político personalmente, y mostrar en los medios que es una persona normal.
Bill Clinton es el maestro de eso: abrazaba a la gente y comía sus patatas fritas. Pero todos los políticos estadounidenses, especialmente los que aspiran a la presidencia, tienen que besar bebés, comer tartas caseras y barbacoa. Todos tienen que saber contar unas bromas, preferiblemente bromas autocríticas, porque votamos por la gente que nos cae bien, y no nos cae bien la gente condescendiente o arrogante. Un político de éxito está tan seguro de sí mismo que es capaz de mostrar su lado humano; el presidente Rajoy no podría ni ganar la alcaldía de un pueblo en EEUU sin cambiar radicalmente su forma de comunicar y actuar con los votantes.
El equivalente en España sería tomar unas cañas y pinchos en un bar o verles reír o mostrar alguna emoción. Parece impensable, y es una pena, porque cada vez los españoles están más frustrados con los políticos, algo muy comprensible, dada la cantidad de casos de corrupción. En la entrevista con Zapatero, los alumnos citabanun informe de la Encuesta Social Europea que sitúa a los españoles entre los ciudadanos europeas que menos se interesan por la política. Casi lo más importante de este mismo estudio fue la bajísima confianza que tienen los españoles en los políticos y los partidos.
Los términos “la clase política” o “la casta política” muestran la gran distancia que sienten los ciudadanos respecto a la política española, y son términos peligrosos para la democracia. Niegan la humanidad de los políticos, su identidad como individuos, y les ponen en un grupo sin cara. La soberanía popular depende de la representación elegida, y esta representación viene de pueblo. Son nosotros y somos ellos. En el momento en que etiquetamos a los políticos como si fueran de otra clase, disminuye la humanidad de todos y disminuye la democracia.
Unas técnicas de comunicación no van a solucionar el problema principal de la corrupción que causa tanta desconfianza, eso es para los procesos judiciales. Pero los políticos no corruptos que quedan tendrán que sembrar más confianza entre el pueblo español, y acortar las distancias entre ellos y la gente es una actitud sabia para comenzar.
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