Imagen: Salvados Publicado en El País por Jesús Ruiz Mantilla Más allá de quién ganara a puntos o por KO el debate. Sin que entremos en el subidón que demuestra Albert Rivera, tras un magnífico resultado que le erige en doble alternativa al frente soberanista en Cataluña y al PP en España. Dejando a un lado el estado grogui con que últimamente deambula por ahí Pablo Iglesias, perdido en un discurso inocuo en mitad de su viaje al centro, vaya por delante un hito: lo que Jordi Évole y ambos políticos vinieron a inaugurar en la nueva temporada de Salvados fue una nueva era en la comunicación política televisiva. Desde ayer, el bar Tío Cuco, en Canyelles, podría lucir a lo largo de su maleada y digna fachada un cartel que lo certifique. Sobre sus mesas tono ocre, en torno a tres cafés con leche en vaso, los líderes de Podemos y Ciudadanos, reunidos por el programa que mejor le ha cogido el pulso al presente de un país deseoso de un nuevo futuro regenerador y no reciclado, dictaron un acta de defunción. Todo un RIP reservado a la política tiquismiquis de debates trasnochados y anquilosados, a las ruedas de prensa sin preguntas, a las altivas maniobras de hipócrita distracción modo prietas las filas, frente a las que Rivera e Iglesias ofrecieron un arriesgado ejemplo de naturalidad, transparencia y madurez democrática. Supongo que hoy, la vieja política de los partidos caducos, andará llamando a los responsables de Salvados: “¡Yo también quiero!”. Oportunidades han tenido de dejar de considerar a los ciudadanos como mercancía infantiloide, capaz de tragarse la mamarrachada de sus vídeos para catatónicos. Supongo que ya es tarde. Que, o bien espabilan y respetan la inteligencia colectiva con diferentes actitudes, o desaparecen. Fue grande la reaparición de Évole este otoño con peaje a un nuevo tiempo. Un 25,2% de audiencia, 5,2 millones de espectadores, lo certifican.
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