En estos comicios los ciudadanos, por encima de las siglas, han mirado más que nunca a los ojos de los candidatos / Getty

Publicado en Zoom News. Por Agustín Valladolid

Imagen: En estos comicios los ciudadanos, por encima de las siglas, han mirado más que nunca a los ojos de los candidatos / Getty

La gente quería cambio. Y el que no ha cambiado lo ha pagado. No se trataba solo de cambiar de siglas; se trataba, antes que nada, de cambiar de caras para hacer creíble precisamente la voluntad de cambiar. En muchos sitios se ha votado a las personas y contra las personas. Por encima de los partidos. El mejor ejemplo es Madrid. Ángel Gabilondo ha conseguido 167.000 votos más que Antonio Miguel Carmona en la capital. Una diferencia abismal entre compañeros que solo se explica por el valor que los ciudadanos conceden a cada cual.

Parecida cosa le ha sucedido al PP. La experiencia y la notoriedad no le han servido de mucho a Esperanza Aguirre, que se queda sin alcaldía y es superada en Madrid ciudad porCristina Cifuentes, una outsider que partía con la ventaja de haber sido designada para desmontar la operación sucesoria diseñada por ‘los de antes’. Desde el principio se distanció de lo que Aguirre ha acabado representando, y gracias a ello ella sí tiene opciones de gobernar.

Por otra parte, Manuela Carmena, 71 años, o el propio Gabilondo (66) demuestran que no estamos necesariamente ante un relevo generacional, sino en un proceso de recuperación del valor que se concede a las personas y de la autoestima de los propios electores, que en estos comicios han mirado más que nunca a los ojos de los candidatos. Hay quien ha situado la fecha de nacimiento por delante del currículo y se ha quedado un poco frío. Albert Rivera debió buscar un clon de Gabilondo o de Carmena, pero optó por lo más fácil, o no lo encontró, y la impresión es que se ha quedado algo corto.

Sea como fuere, lo que el 24-M demuestra es que en ayuntamientos y comunidades se da la máxima importancia a los méritos que acrediten los aspirantes y a la limpieza de su hoja de servicios. La renovación de caras debiera ser justo eso: la consecuencia lógica ante la ausencia de méritos y aseo personal, y no simplemente un superficial requiebro de marketing político. Y lo que explica el batacazo del Partido Popular es que no ha hecho ni lo uno ni lo otro. Ni nuevas caras con trayectorias transparentes, ni marketing puro y duro. Simplemente, no ha hecho nada.

Se menospreciaron las señales que llegaban. Mariano Rajoy optó por el continuismo en las candidaturas y posteriormente creyó ver la luz en eso que los periodistas hemos llamado el ‘factor Cameron’. Pero no era el tiempo de la economía. Al menos no todavía. Barberá, Aguirre,Zoido, Alberto Fernández, Teófila Martínez, León de la Riva… Apuestas de ‘futuro’. Quizá Rajoy temió hacer demasiado ostensible su soledad. Y es ahora cuando está más solo que nunca. La incógnita a despejar es si todavía le queda capacidad de reacción.

Por Asesmap

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