Por Samuel Torres @SamuTorr
Las inciertas y esperadas elecciones generales del 20 de diciembre ya han pasado, dejándonos con ellas un par de consideraciones importantes. La primera es que nos han mostrado unos índices de participación superiores a las del año anterior, lo cual es verdaderamente positivo si tenemos en cuenta que muchos potenciales votantes se hallaban lejos de sus colegios electorales en Navidad -de hecho, el voto por correo ha aumentado considerablemente con respecto al año pasado-, lo que demuestra un mayor interés ciudadano en estos comicios. La segunda, lógicamente, son los resultados pero, sobre todo, lo que éstos acarrean para la calidad democrática de nuestro país. Así, lo más destacado es, sin duda, el augurado ascenso de dos nuevas fuerzas políticas – Podemos y Ciudadanos- en detrimento de las dos fuerzas políticas tradicionales –PP y PSOE-. Los medios de comunicación prestarán mucha atención estos días a los acuerdos para investir un nuevo Presidente; sin embargo hay cuestiones tanto o más importantes. Aunque es esencial, no sólo importa saber si, tras un tiempo de negociación, Podemos y PSOE llegarán a un acuerdo que les permita elegir al Presidente de Gobierno con la abstención de Ciudadanos; ni tampoco si –como señaló Albert Rivera tras las elecciones- en una situación extrema, Mariano Rajoy se alzaría como nuevo Presidente con la abstención de Ciudadanos y PSOE, pareciendo esto último ciertamente improbable. Ni siquiera si la idea de Pedro Sánchez de formar un frente anti-PP podría llevarse a cabo tras los comicios. Lo cierto es que los españoles y españolas también nos jugamos muchísimo en otros aspectos de estas elecciones. Para empezar, los nuevos partidos han canalizado la insatisfacción política de una parte muy significativa de la ciudadanía, creando una salida institucional a lo que antes se traducía en apatía política o protestas en las calles. Por ello, la responsabilidad de estos nuevos partidos es máxima: no pueden fallar a sus votantes, al menos no de la misma manera que ya le fallaron otros partidos. Si estos ciudadanos vuelven a sentirse traicionados, esta vez por un partido político nuevo y diferente, la posibilidad de que recuperen la fe en los partidos y sus políticos se esfumará. Esta responsabilidad acaba extendiéndose a los partidos tradicionales y a cualquier partido con representación parlamentaria, porque en sus manos está la madurez de nuestra democracia. Hasta ahora hemos vivido circunstancias políticas difíciles, pero al margen de los acuerdos puntuales con formaciones nacionalistas, los gobiernos estatales siempre han sido monocolores, permitiendo que el Parlamento tenga soltura para legislar –dada la estrecha relación entre el poder ejecutivo y el legislativo en España-. No obstante, estos gobiernos monocolores han traído problemas de descontento, sobre todo en casos en los que se aprovechaba una mayoría absoluta para aprobar una ley opuesta a los valores por los que recibieron el apoyo de la ciudadanía. Ahora ha llegado el momento del diálogo, del consenso y de no aprobar medidas unilateralmente. Este es un desafío difícil de afrontar, pero también imprescindible debido a las debilidades de nuestro sistema político en estos últimos tiempos (corrupción y falta de representatividad, entre otras cosas) que en algún momento teníamos que afrontar. Así, nos enfrentamos a un examen esencial, en el que nos jugamos nuestra re-consolidación democrática, la validez de nuestro sistema frente a los tiempos que corren. Como antes de cualquier examen, los nervios afloran; pero no por la ideología de ninguno de los partidos, sino por la incertidumbre acerca de la capacidad de nuestros políticos para elaborar leyes a partir del consenso y el diálogo en una democracia que jamás se ha visto en una situación igual. Si superamos el desafío, la mejora será sustancial, ya que tendremos acceso a situaciones que hasta ahora sólo eran sueños: como una reforma de la Constitución consensuada para reformar los aspectos que, socialmente, se consideran como caducos; o una ley de educación que no dependa del partido de turno. Si no lo superamos, el menos malo de los escenarios será la convocatoria de unas segundas elecciones que vuelvan a generar un Parlamento que, de alguna manera, esté dominado por un solo partido. En definitiva, la llegada de este desafío era inevitable, y ahora sólo toca pensar en aprovechar la oportunidad para eliminar los vicios que ha cogido nuestro sistema político desde la transición. Predeciblemente, la comunicación política jugará un papel fundamental, no sólo a la hora de llegar a acuerdos de gobernabilidad, sino también a la hora de implementar y controlar las nuevas formas de gobierno tras esos esperados acuerdos.
Los comentarios están cerrados.