Publicado en InfoLibre
Lo advertía Brian MacArthur en su introducción a una selección de los grandes discursos del siglo XX, que fueron muchos: “La oratoria es siempre un arte en declive. Porque cada generación juzga a los oradores de su época desfavorablemente frente a los gigantes del pasado”. Lo sentimos los españoles cuando comparamos a los políticos actuales con los parlamentarios de la Restauración o con Manuel Azaña, pero les ocurre lo mismo a los británicos, por citar el país con más tradición democrática, cuando comparan a Blair oCameron con Lloyd George o Winston Churchill. Dicho esto, los grandes oradores de la historia contemporánea siempre mostraron un poder especial para llegar al corazón, sostener grandes ideales o liderar a naciones, clases o pueblos. Detrás de los grandes acontecimientos, había un gran discurso y eso sirve para valorar a personajes tan dispares como Hitler, Lenin, Martin Luther King o Nelson Mandela. Y no sería difícil trazar una historia del siglo XX a través de los discursos.
Pocos líderes políticos en la actualidad consiguen el poder gracias a la calidad de sus discursos y tampoco la gente, en general, les pide que transmitan sueños o esperanzas. En realidad, los rivales no escuchan, van ya con la lección sabida, independientemente del discurso. Eso pasó ayer con el largo –y leído– discurso de Pedro Sánchez y con la reacción del resto de los líderes políticos: cada uno quiere escuchar lo suyo y nada de lo que diga el otro le va a cambiar de opinión.Es también la forma de discutir, más que de debatir, que se ha instalado en la mayoría de las tertulias en radio y televisión. El Parlamento no es diferente. El que la imagen se coma a la palabra no quiere decir que los discursos no sirvan o la oratoria esté muerta. Quienes quieran hablar con elocuencia, con precisión, practicar el arte de la dialéctica, pueden buscar esos grandes discursos de la historia, leerlos, inspirarse en ellos. Y hacer pensar a la audiencia, lo cual obligaría, por cierto, en los tiempos actuales, a no tuitear tanta trivialidad.